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Sólo le quedaban 11 habitantes en 2010, pero hoy tiene 15, según datos oficiales del Ayuntamiento de Ademuz, del que depende. La ilusión vuelve a este remoto caserío, de nombre Sesga, que llegó a contar con 250 vecinos en el siglo XIX para casi despoblarse a mediados del XX, y que algún lugareño definía entonces como “el último rincón del Rincón”. De hecho, hasta el 2001 no llegó la energía eléctrica al puñado de vecinos de Sesga, un poblado que mira al futuro fomentando un insólito viaje al pasado.

Entre las montañas de la comarca del Rincón de Ademuz, ese entrañable territorio valenciano incrustado entre las provincias Cuenca y Teruel, a los pies de la sierra de Tortajada, a 1.180 metros de altitud, se encuentra Sesga, una minúscula aldea que conserva su primitiva identidad rural de forma asombrosa entre las piedras, el agua y los prados de cereales.
Sorprende ante todo la sede municipal, una antigua construcción a la que se accede abriendo su arcaico cerrojo con una pesada llave de hierro.
Al entrar, encontramos en la planta baja, sobre el tradicional enlosado de grandes piedras, el horno moruno de pan comunal utilizado por los vecinos hasta 2004.

Pero el mayor asombro llega cuando por una escalera exterior se accede a la primera planta, en la que estaba situada la antigua barbería (se pueden ver hoy todavía la vieja silla y los útiles propios del cirujano-barbero, que tan pronto cortaba el pelo, como extraía muelas o blanqueaba los dientes con aguafuerte), el calabozo y, sobre todo, la escuela, exactamente tal y como quedó cuando se cerró en 1964.
En sus paredes siguen desplegados los mismos mapas de geografía, el mobiliario escolar, los pupitres, los armarios… y hasta los envases metálicos en aluminio de la leche en polvo traída por los americanos a España en los años 50 del pasado siglo, que se ofrecía a los chavales en el recreo. También la escuela conserva su estufa, para cuyo funcionamiento durante los meses de invierno era obligado que cada alumno llevara a clase un tarugo de leña.

Otro de los edificios que se mantiene primorosamente conservado es la Iglesia Parroquial de la Inmaculada Concepción, del siglo XVIII, de nave única sin capillas, con torre y cúpula sobre pechinas decorada con pinturas de temas marianos. Junto al templo, los vecinos quisieron recordar agradecidos con un monolito en 1993 al que fue párroco y artífice de la restauración del templo, al que además dedicaron la plaza: “Salvador Pastor Pastor: Sesga vive y seguirá viviendo por ti”.

La visita al pueblo no puede terminar sin recorrer otros escenarios de esa identidad rural que se mantiene intacta desde hace siglos y que tienen como protagonista, en este caso, al agua que nunca falta por esta zona: la fuente, el abrevadero, el lavadero y la balsa.

Sesga es uno de los tesoros desconocidos de nuestras tierras valencianas que más merece la pena descubrir. Recorrer sus calles, sus campos, y admirar sus horizontes permite saborear, además, del silencio entre el canto de los pájaros, el rumor del agua y el ruido lejano de algún rebaño. Un escenario rural que alienta a viajar en el tiempo e, incluso, como está ocurriendo últimamente por primera vez después de muchas décadas, a quedarse a vivir en él.

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