EL RINCÓN DE ADEMUZ

En el año 1210, una expedición militar comandada por Pedro II de Aragón, auxiliada por los caballeros del Temple, se adentraba en tierras musulmanas y conquistaba, tras un largo asedio, los castillos de Ademuz y Castielfabib, fortificaciones que defendían las poblaciones y el territorio que, a grandes rasgos, configuran la actual comarca. Esta temprana conquista en las tierras que posteriormente pertenecerían el Reino de Valencia, se anticipaba a la toma de Ares y Morella en 1232, operaciones militares que preludiaron la invasión militar de la Corona de Aragón de la Valencia musulmana. Con la posesión de estos estratégicos castillos por parte de las armas aragonesas, se perfilaba en su impredecible destino, la creación y la suerte del Rincón de Ademuz.

Años más tarde, tan importantes fortalezas volvieron al dominio musulmán, hasta que Jaime I, primogénito del rey Pedro, tomaba definitivamente estos apartados baluartes. Una vez afianzado su dominio sobre el amplio y extremo territorio, el monarca le concedió una nueva dimensión político-administrativa como Villas de Realengo, patrimonio real bajo la Jurisdicción del Reino de Valencia, con representación en las Cortes. Jaime I valoraba la estrategia de estas lejanas y accidentadas tierras de frontera al reservarlas para sí, como enclave fortificado entre los reinos de Castilla y Aragón, y sus disputadas fronteras por aquel entonces todavía por definir. Entregó la plaza lindante de Arcos de las Salinas a Teruel, dejando el enclave en el recién creado Reino de Valencia, pero como una isla territorial separada de su geografía natural: Había nacido a la historia el Rincón de Ademuz, nombre y delimitación de un espacio humanizado que llegan hasta nuestros días, inalterable al paso de los siglos.

Los castillos de Castielfabib y Ademuz custodiaban tierra adentro entre reinos la ruta histórica de Valencia a Aragón, ruta que seguía el curso del Turia desde la capital, camino y vía fluvial abiertos en la dureza del medio físico y de vital importancia para la comunicación con Daroca y Zaragoza. Razones estratégicas igualmente válidas para los cristianos y que, supuestamente, influyeron en la voluntad de Jaime I en incorporar al reino esta atípica región, consciente de que su poder defensivo y disuasorio en tan distantes territorios, era de suma importancia entre reinos limítrofes, potenciales enemigos.

Posteriormente hubo intentos de la adscripción por uno y otro de los estados vecinos, intentos de asimilación argumentados en ambas partes por la legitimidad que les confería la coherencia de identidad y proximidad geográfica, a pesar de que los históricos tratados suscritos por Castilla y Aragón previos a la conquista de las taifas mediterráneas, adjudicaban estos lugares a Valencia. Fue en dos ocasiones anexionada a Teruel, pero siempre, retornando a sus orígenes, triunfó en el Rincón su firme voluntad de permanencia a Valencia. Durante la ocupación napoleónica, la organización de las tierras valencianas en departamentos -prefecturas según el modelo francés-, anexaba el Rincón a la Prefectura del Alto Guadalaviar en Teruel, efímera división político-territorial de inmediato revocada tras la derrota militar francesa y la restauración borbónica al regreso a España de Fernando VII, retirando la fragmentación de los departamentos y restituyendo nuevamente el Rincón a Valencia. En 1851, la nueva restructuración provincial de España, además de incorporar el Altiplano de Requena-Utiel a Valencia, sancionaba la condición del enclave en sus seculares características territoriales y políticas.

Los habitantes del Rincón, pese a estos interesados vaivenes de estados disputándose su posesión, la distancia al Cap i Casal y el obstáculo físico del relieve de montañas y desfiladero del río que de forma tan notoria han dificultado su relación con la capital, han sostenido la fidelidad a sus orígenes fundacionales, reivindicando su valencianía que la historia les había otorgado expresado por el sentimiento popular y mantenido por la cultura oral: no somos aragoneses/ ni tampoco castellanos;/ estamos entre mojones,/ pero somos valencianos

Una comarca lejana de difícil geografía. – El Rincón de Ademuz es nuestra más extrema comarca y la más alejada del Mediterráneo. Abrazada por Castilla y Aragón, vecinos que se disputaron como propia su pertenencia, es, con propiedad, una isla territorial secularmente aislada por la dureza del medio físico, inscrita su demarcación fuera de la geografía natural de Valencia. Por las características del relieve, el Rincón está bien configurado como comarca, vertebrada por la fosa tectónica que desde Teruel recorre el Turia de norte a sur, eje fluvial enmarcado por las montañas, las estribaciones de los Montes Universales en la sierra del Salterón (1.444 metros) al Oeste y la sierra de Javalambre al Este (1.839 metros), barreras de los montes enlazados que flanquean el valle y que precisan las fronteras histórico-administrativas que la historia ha consagrado como el Rincón de Ademuz: la Geografía e Historia asociadas en el devenir de un pueblo.

El Turia, aquí popularmente conocido como el Río Blanco, directa traducción del topónimo árabe Guadalaviar, penetra en la comarca y se abre en un valle que en su sector meridional, al salir de la comarca, se estrecha y se ciñe a un profundo desfiladero en la franja territorial compartida en el encuentro de Cuenca y Teruel, que a modo de tierra de nadie, deja al Rincón fuera del límite provincial de Valencia. Encajado el Turia aguas abajo, sin vegas, sin tierras ribereñas de fácil agricultura en el laberinto de una dura orografía, no han sido fáciles las comunicaciones con el Antiguo Reino y su capital. Siguiendo el río desde Valencia, por plataformas y terrazas elevadas donde se han situado las poblaciones por encima de un cauce de congostos sin orillas, trascurre el histórico camino de Aragón, desde Lliria por Chelva, que fue de vital importancia para los musulmanes. Otra ruta era por el Valle del Palancia, Sagunto hasta Teruel y, desde allí, acceder a la comarca. En la actualidad, la cómoda carretera por Requena-Utiel, mejorada y felizmente resuelta con tramos de nueva realización, ha terminado con el secular aislamiento, venciendo la “lejanía” a Valencia: El Rincón, por fin, “existe”.

Como consecuencia del alineamiento del valle NO-SE, los ríos y barrancos que desaguan en el Turia lo hacen perpendicular a su cauce, escavando profundos valles, con dos corrientes principales, los ríos Bohilgues o Vallanca y Ebrón, dos importantes caudales que proporcionan la riqueza agrícola del regadío en sus cortas cuencas, fértiles vallecillos, amables paisajes que alegran con sus cristalinas aguas el recogido encanto de verdor entre adustas y secas montañas. El Guadalaviar de los árabes, nuestro Turia, prodigio de risueñas huertas y naranjos de la vega valenciana, es deudor en gran manera del regalo de la pureza de estas lejanas aguas. El Turia lo es todo en el Rincón, dibujando con su cadencioso fluir coloristas y vitales paisajes humanos, acogiendo en sus riberas pintorescas poblaciones unidas a la riqueza natural de los fondos fluviales, el regadío y la fertilidad de sus tierras, vegas donde florecen los frutales. Pese a todo, se trata de una parte del aprovechamiento del bajo porcentaje de tierras de cultivo agrícola, donde predomina el secano.

Clima extremo y variada vegetación.- El Rincón de Ademuz es la comarca más alejada del Mediterráneo, privada de la húmeda y cálida brisa marina por la cerrada sierra de Javalambre. Distante del atempero del mar, el clima, de características plenamente continentales, acentúa sus temperaturas extremas con rigurosos inviernos en marcado contraste con los secos y calurosos veranos. Las lluvias no son abundantes, no sobrepasan una media comunitaria. Este adverso comportamiento climático determina una valiosa respuesta de adaptación vegetal, diversificada por el abrupto relieve, los acusados desniveles internos y la consiguiente gradación de temperatura, orientación de vertientes, exposición solar y humedad, que en suma conforman un verdadero santuario botánico. Distintos pisos y ecosistemas distribuidos desde el fondo recogido de los valles, la vegetación de ribera, los cultivos y las áreas antropizadas, hasta las venteadas y frías cimas del desolado Javalambre: las condiciones medioambientales por excelencia de la montaña mediterránea continental que se muestra aquí con toda su severa belleza. La expresión de la naturaleza vegetal siempre es más expresiva y admirable ante un medio desfavorable, condicionada en las alturas por la severidad climática, responde adaptándose tenazmente con la selección de especies resistentes y endemismos, configurando paisajes botánicos de gran belleza.

En los venteados altozanos se tiende el tapiz de manchones, rodales que los botánicos describen con la metáfora de la “piel de pantera”, rala vegetación rastrera, donde se cobijan admirables endemismos. Y, en cuanto al arbolado, el bosque mediterráneo muestra en la pureza del paisaje sus más representativos distintivos, encinas, pinos silvestres y la poderosa sabina, uno de los árboles más duros de la foresta, de difícil y lento crecimiento, resistente a las bajas temperaturas invernales y extremas de los secos veranos, desarrollándose en medios de escasas lluvias. La sabina, testimonio de la extinguida foresta siberiana, es en la actualidad un árbol protegido: Javalambre conserva ejemplares milenarios, con un paraje excepcional en las laderas del Alto de las Barracas que agrupa exóticas sabinas blancas. Abiertos y espléndidos paisajes enriquecedores de la variedad de nuestras tierras.

Montañas que miran sobre un territorio de escasa presencia humana, una invitación a recorrer y contemplar los grandes espacios, horizontes alejados de la suavidad marítima para introducirnos plenamente en la pureza de la montaña mediterránea continental, la otra Valencia del frío, del hielo y los vientos cortantes en el cristal de los inviernos. La nieve no es aquí un visitante ocasional, ni su serena blancura es la imagen lejana de otras montañas. En las laderas del anchuroso Javalambre que dan vertiente al Valle, se eleva el Alto de las Barracas, una montaña compartida con Teruel y que, con sus 1839 metros de altitud es el techo indiscutible de la orografía comunitaria. Más conocida como el Calderón, un error geográfico generalizado que con frecuencia ha suplantado al topónimo real, no tiene la fuerza en su relieve del imponente Penyagolosa, cumbre a la que sobrepasa 24 metros tan sólo, destacada en el paisaje con la soberbia de su abrupta silueta, símbolo por excelencia de la orografía de un país.

El Rincón y la pureza de sus paisajes. – El relieve originado por la Geología, las peculiaridades y comportamiento del clima, artífice del manto que reviste su quebrada superficie, y el hombre, ocupando las tierras y en su histórica acción sobre el medio en la utilización de los recursos naturales, nos da el marco que define en sus perspectivas un territorio, donde no es válido hablar de un paisaje representativo, sino de una afortunada conjunción de paisajes. Arcillas rojizas, blancas calizas, conglomerados y areniscas, dotan de formas y colorido la arquitectura de piedra en los montes. El surco de los valles, esculpidos por las aguas, verdor entre los pardos altozanos, dan cálidas cadencias a una comarca singular.

La proximidad de las gentes del Rincón y parentesco con los pueblos limítrofes, ha influido en su marginada cultura más que la difusa relación con el lejano Cap i Casal que, forjando su personalidad y su propia singularidad, no obstante unida a Valencia y a una valencianía nada fácil de mantener. La variedad de contrastes y las gentes que lo pueblan, unidas al mundo que les rodea y a las tradiciones en la pluralidad de sus paisajes, enriquecen a nuestra Comunidad: conocer el Rincón, es, siempre, una bella experiencia fuente de reflexión sobre nuestros orígenes, pasado y un ejercicio para amarlo y admirarlo.

Texto y fotos: Rafael Cebrián

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