El pasado 19 de octubre estuve en la Bastida de les Alcuses para ver los testimoniales restos de viviendas, de un centro de reunión y de las murallas de la que fue importante ciudad íbera del norte de la Contestania entre los siglos IV y III a.C. Visita guiada al yacimiento que comenzó en la zona exterior del recinto amurallado para conocer como vivían sus habitantes en una reconstruida casa con reproducciones de los utensilios y herramientas de los que se servían para cultivar, tejer y preparar los alimentos, incluso del original sistema de llaves para cerrar las puertas de la calle. Viviendas con alta base de piedra, que es lo que se conserva, ya que el resto era de adobe y estaban techadas con vigas, ramaje y barro.
La Bastida ocupa una de las cumbres alargadas del sistema montañoso de la Serra Grossa, a 741 m. de altitud, y limita al norte con el Pla de les Alcusses y al sur con la Vall de l’Alforí. En su derredor amplias panorámicas, con medio ambiente diferente al de entonces, que era de carrascas mayoritariamente, pero en admirable estado el de ahora con viñas en los valles y pinos por laderas y cumbres.
Sin embargo, su estratégica ubicación y sus gruesas murallas con base de piedra y el resto de adobe no fueron suficientes defensas para que la pequeña ciudad sólo estuviera habitada apenas cien años. Se ignoran los motivos -lindes de tierras, disputas familiares, zonas de pastoreo,….- de tan corta vida, ínfima en aquella época. Este y otros misterios de los íberos seguramente los sabremos cuando consigan descifrar lo que intentaron comunicarnos en las láminas de plomo encontradas tanto en Les Alcusses como en otros poblados.
Y de allí al cercano Celler del Roure, donde su director, Pablo Calatayud, nos mostró y aleccionó como buen profesional y apasionado comunicador, sobre los tipos de uva, el proceso de recolección, selección y preparación para la obtención de los diferentes tipos de vino, así como los depósitos donde lo maceran, con la particularidad de la reutilización de las tinajas de la antigua bodega subterránea para algunas variedades vinícolas.
La rúbrica de la jornada fue en el Mas de Penades, rodeado de extensos viñedos, donde acompañados y agasajados por Guillén Lera Gascó, cronista de Moixent, y su familia, recuperamos sobradamente las energías gastadas en el paseo entre históricas piedras. Longaniza, chorizo y queso, acompañados por pan regado con buen aceite y vino, fueron el entrante para un sabroso gazpacho. Para culminar fruta y exquisita tarta casera para cortejar al café y el cava.
Un día memorable Esteban Gonzalo Rogel
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