El camino de los pantaneros y de los gancheros en Chulilla
En otoño del 2012 nuestra Asociación hizo una excursión a Chulilla, una visita siguiendo el propósito de conectar, dialogar y apoyar con nuestros medios de comunicación a los municipios afectados por los incendios del verano y, conocer, de primera mano, las negativas consecuencias que han tenido para el turismo rural. El término municipal de Chulilla sufrió las consecuencias de un devastador incendio que, afortunadamente, no alcanzó a la población, pero si a su inmediato entorno, dañando al bosque y matorral en amplias zonas, testigo a la vista, desde cualesquiera que sea el punto de aproximación al pueblo, del paso desolador de las llamas. Sus mayores encantos naturales y valores paisajísticos no se han perdido, quedaron a salvo. Las zonas afectadas entran, tras el invierno y primavera, en el inicio de su recuperación, un largo proceso medioambiental en el que es necesaria la sensible colaboración humana con los ciclos de la naturaleza que haga posible legar a las futuras generaciones la pureza de los paisajes, para que éstos sigan siendo respeto al medio ambiente, calidad de vida y el recurso de un turismo sostenible.
En aquella visita que ahora recordamos, en la que recorrimos el casco urbano y el castillo, al término de la excursión, la comida en el balneario y posterior debate, estuvimos acompañados por el concejal de turismo Vicente Polo, compañero y, en todo momento, amable cicerone. La brevedad de un día daba lugar, tan sólo, a una rápida perspectiva de los encantos de este pueblo, uno de los más bellos de las tierras valencianas. Chulilla oferta al viajero como propuesta turística dos diferenciadas vertientes complementarias de su término: el pintoresco enclave de la población y su patrimonio histórico, y el medio natural. La trama urbana medieval, tendida sobre la ladera de una escarpada muela que corona un castillo de origen musulmán, da sobrados motivos para una inolvidable visita. Y, por otro lado, la accidentada topografía caracterizada por los rasgados paisajes verticales en la espectacular perspectiva de un desfiladero calizo, cerrada hoz y angosto corredor por donde las aguas cautivas del Turia han modelado uno de los paisajes fluviales más admirables de nuestras tierras. Una doble oferta turística sostenible que combina el atractivo de los paisajes humanizados con el disfrute del medio natural, de la naturaleza para ser vivida paso a paso y por el propio esfuerzo.
La escalada en Chulilla: los caminos verticales.
Hace ya varias décadas que el variado y vigoroso paisaje rocoso de Chulilla, quebrado sobre los gruesos mantos calizos dominantes, ha sido un lugar de encuentro del montañismo valenciano en su faceta más comprometida y espectacular, la escalada. Los caminos verticales, cara a cara en la superación de las vertiginosas paredes, largas fachadas rocosas que flanquean el río, congrega los fines de semana y festivos a gran número de escaladores, valencianos y de otras comunidades, en esta escuela de escalada, una de las más importantes de nuestra Comunidad y de reconocido prestigio nacional. En principio, la búsqueda de las vías de ascensión se centró en la Muela del Castillo, emplazamiento de la fortaleza alzada sobre las laderas donde se asienta la población. La variedad morfológica, verticalidad de las paredes que miran al río, de excelente y compacta caliza, su proximidad al pueblo y facilidad de acceso, han consolidado el paraje como la primera escuela, con un elevado número de vías de variada dificultad, hasta los grados de mayor exigencia y nivel técnico. Al paso del tiempo, la permanente actividad encabezada por escaladores de elite, fue abriendo rutas sobre los retablos tendidos a lo largo de la Hoces, en un largo trecho de su impresionante desfiladero entre Chulilla y el embalse de Loriguilla. Hoy el número de rutas abiertas se cuenta por centenares. Están equipadas, es decir dotadas de unos elementos fijos auxiliares que permiten el acrobático ejercicio de trepar por la roca, desafiando la extrema dificultad, con un margen muy amplio de seguridad.
Por las Hoces: El Camino de las Pantaneros y de los Gancheros
Volviendo al recuerdo de aquella visita de la Asociación a Chulilla y a nuestro guía, el ya citado Vicente Polo, en aquel entonces nos informó que se estaba equipando unos tramos en las hoces del río para hacer posible seguir su curso junto a las aguas por su sector más espectacular, entre Chulilla y el embalse de Loriguilla, por el paraje de Los Calderones. Pues bien, ya está finalizado y transitable el camino, a falta tan sólo de completar con la información en los paneles, dispuestos a lo largo del recorrido y pensados para dar la lectura del paisaje en sus aspectos naturales y sociales, memoria de los pantaneros y de los gancheros. El camino desciende al cauce del río, bien protegido con pasamanos que evita el peligro que supone su abrupta pendiente y que nos lleva a dos puentes colgantes sobre las aguas. La continuidad hasta el embalse de Loriguilla, siempre orillando las aguas, bajo los imponentes acantilados que conforman el desfiladero, acompañados por el rumor del río, la vegetación y el marco sobrecogedor de un impresionante relieve, es un verdadero deleite de los sentidos. Estas instalaciones, logradas por el convenio entre la Diputación y el Ayuntamiento de Chulilla, aproximan el turismo deportivo, de la escalada, acortando las marchas de aproximación, y del senderismo, haciendo posible un grato excursionismo asequible a una mayoría.
Dos veces en poco tiempo he recorrido este camino, la última el pasado 21 de abril. Aquí encontramos bien representada la escalada, activa en la diversidad topográfica de las interminables paredes, compartiendo espacio con el amable ejercicio senderista. El camino lleva el nombre de los Pantaneros, en recuerdo de quienes ganaban su salario en la construcción del embalse de Loriguilla, allá por los años sesenta del siglo pasado, y cubrían a pie el trayecto hasta el lugar de trabajo. Pero hay más, el camino tiene su historia con el lance de los Gancheros, los trabajadores del río, collas de especialistas que acompañaban a las maderadas que desde Ademuz bajaban hasta Valencia por la fluida cinta del río, un duro y arriesgado oficio, orientando los árboles sobre la fuerza de las aguas, auxiliados con largas pértigas a cuyo extremo una punta de lanza y un saliente curvo, el gancho, era su única herramienta de trabajo: de ahí les vino lo de gancheros. Un transporte fluvial que terminó a finales del XIX, un apunte más de la crónica de oficios extinguidos.
Cuenta Cavanilles que, en las estrechamientos de las hoces, del río sin orillas, encajado entre paredes verticales que superan los cien metros, era frecuente que los árboles (maderos) volteados por el ímpetu de la corriente, entrechocando se trabaran levantando un dique que impedía la progresión de las maderadas, un serio obstáculo que se había de solucionar rompiendo la trama de los árboles apilados con la intervención de los gancheros, incluso, utilizando explosivos. Para ello, descolgaban con cuerdas a los especialistas sobre las inestables barreras, en una difícil y peligrosa operación: ”… algunos infelices pagan con la vida, ó arrebatados de la corriente siempre violenta en aquella estrechez, ó heridos de algún madero que se precipita con furia al romper la barrera”, un conmovedor testimonio de la crónica negra del transporte fluvial que nos relata Cavanilles en sus Observaciones. Pantaneros y Gancheros, historia del trabajo y de la ardua vida de los más humildes, relato de infortunios, penalidades del día y de míseros salarios ganados con fatiga y peligro, en tiempos no muy lejanos, y que es ahora memoria rescatada en la majestad de los cautivadores paisajes verticales de las Hoces.
Rafael Cebrian