El Rey Sol transformó el parque de Versalles en una residencia de lujo donde los mejores arquitectos y artistas de la época desplegaron sus innovaciones. Toda iniciativa de ordenación del espacio estaba orientada a mostrar de manera eficaz y evidente, que el origen de la vida social y política descansaba en el poder absoluto del monarca, capaz de armonizar intereses divergentes, siempre dispuesto a conquistar la mayor grandeza para su país.
Pero el legado que dejó Luis XIV en la Francia del XVII no solamente permite comprobar en el escenario urbano de Versalles aquella estela de gobernanza absoluta que aplicó a sus actuaciones, sino también aspectos más privados de unas aficiones y gustos, que con frecuencia intentó alimentar a espaldas de los fastos palaciegos y los protocolos internacionales.
A escasos metros de palacio se reservó un espacio de 9 hectáreas, conocido como “Le Potager du Roi”, para podar árboles frutales o cultivar exóticas legumbres que luego fueran ingredientes esenciales en los platos servidos en la Corte. Conocida era la pasión de Luis XIV por comer los primeros higos maduros de su huerta, que se enviaban a donde estuviera de viaje para calmar su ansiosa espera. El desafiante monarca de las guerras europeas se transformaba en agricultor apacible cuando de regreso a Versalles cogía la azada y las tijeras de poda en su ordenada huerta, más cercana a la fisonomía de un jardín clásico que a una huerta del campo valenciano.
Las legumbres crecían junto a numerosos árboles frutales, cuya forma especial de poda ofrece hoy ejemplares desarrollados en un solo plano, pegados a la pared o a estructuras metálicas, con largas ramas horizontales o verticales, auténticos brazos de candelabros gigantes, dispuestas a recibir todo el sol y el calor posibles entre muros que los protegían del mal clima.
Este capricho verde del Rey Sol ha llegado a nuestros días como sede de la Escuela Superior de Paisajismo del país vecino, donde se compagina la enseñanza práctica con la explotación intensiva de más de 900 especies de frutas y hortalizas selectas. La producción anual de 30 toneladas de frutas, en especial manzanas y peras, y de 20 toneladas de legumbres es una excelente fuente de recursos económicos que permite garantizar en parte la investigación y el cultivo con métodos ecológicos y naturales. La tienda de la escuela permite comprar esos productos para consumirlos en la cocina de casa. Pero la producción no es el objetivo principal del proyecto, ni tampoco la razón por la que se mantiene vivo y abierto. Se trata de mantener vigente una técnica tradicional de cultivar frutales y legumbres en la que la poda es el arte de construir con paciencia de años esculturas vivas a la vez que caducas.
Al visitante, y sobre todo si la estancia se produce en otoño, cuando los frutales duermen, estos aspectos visuales son los que más le sorprenden. El itinerario por las diferentes terrazas, el estanque central, el acceso de la puerta dorada del Rey, los invernaderos abiertos bajos las terrazas, el paseo intramuros que conserva el calor frente a los aires fríos y las bajas temperaturas, produce al observador la sensación fantasmagórica de estar rodeado por monstruos de siete o nueve brazos que miran al cielo tras años de esfuerzo e ingenio por conseguir esas caprichosas formas de cultivo de frutales.
La huerta diseñada por Jean-Baptiste La Quintinie (1624-168), un abogado transformado en precursor de ecologistas después de un sorprendente viaje por Italia, esta dividida en una treintena de cuadrantes, especializados en cultivos diversos, con las legumbres situadas en la parte central y los frutales entre los muros de los itinerarios circundantes. El mantenimiento de una de esas parcelas corresponde a los estudiantes de la Escuela, donde compaginan la ordenación del paisaje, con el cultivo de la huerta y el cuidado de animales de granja.
La Quintinie fue precursor en los cultivos huertanos pues consiguió complacer el paladar de Luis XIV al ofrecerle las fresas maduras en marzo, los espárragos en diciembre, los higos a comienzo de verano y las cerezas en el mes de las flores. Esas técnicas siguen practicándose en la actualidad. Los monitores que informan al visitante en el recorrido insisten que pese a la carrera tecnológica del mundo actual, en la huerta de Luis XIV los buenos resultados proceden del amor a la tierra y a todo lo que puede producir con agua, abono y poda adecuada en cualquier estación del año.
JAIME MILLÁS