EL MITO Y LA FLOR

Después de un invierno durísimo, frío, lluvioso incluso nivoso, durante las primeras excursiones propiamente primaverales los campos de asfódelos han crecido de forma desmesurada por las laderas y praderas de nuestras montañas.
Este año se extienden como una gran mancha blanca y es espectacular su porte, sus flores estrelladas y hojas lanceoladas (similar a punta de lanza) que crecen al pie del tallo erecto que sostiene a sus flores.
Al gamón no le duelen prendas en soltar su energía vital de forma abrumadora,  pero su vigor es efímero y como nadie atiende a sus ruegos de perseverar, en pocos días desaparece de la faz de la tierra para refugiarse en el mundo subterráneo hasta la siguiente eclosión anual, así que conviene estar atentos desde abril a julio para descubrir esta maravilla del suelo mediterráneo.
Rebuscando por libros y guías botánicas el Asphodelus ramosus aparece con una amplia colección de denominaciones, sobre todo en nuestra lengua valenciana: “Gamó”, “albó”, “porrassa”, “caramuixa”, “ceba de moro”, “vareta de Sant Josep”, “cebollí”, “asfòdel”, y en algunos pueblos de Castellón se le llama “arsénico” por su alta toxicidad.
Y es que, a pesar de su fugaz paso por la montaña, es una planta que deja huella para bien o para mal; del mismo modo que algunos poetas la han tomado como un referente de pureza para sus obras, y los excursionistas nos deleitamos con su presencia, los pastores la consideran puro veneno porque su contacto causa en cabras y ovejas incómodas descomposiciones y otros trastornos.
Sin embargo lo que más me ha llamado la atención ha sido comprobar como desde la Antigüedad se la ha incluido en la mitología y ese protagonismo con los mitos griegos es estrecha ya que Homero las convierte en transmutación de las almas de los difuntos pero con una categoría de escaso nivel; como en la religión cristiana, la mitología helénica distribuía en espacios separados a las almas tocadas por la muerte según sus posiciones ante el bien y el mal; así, en los Campos Elíseos se depositaban las bondadosas y pacíficas almas de los buenos; una tierra de castigo, oscura, tormentosa y doliente que se hallaba detrás del Palacio de Hades, se reservaba para las perversas y ennegrecidas almas de los ruines; decidido esto por los dioses, quedaban sin colocar aquellos espíritus que, ni puros ni corruptos, habían pasado una vida sin pena ni gloria en un aburrido pasar de sus días; por fin se determinó enviar a estos difuntos anodinos a un lugar donde, sobre tiernas praderas primaverales, crecían los asfódelos.
Este y otros mitos tienen como protagonistas a estas plantas; en ellos se palpa un profundo sentido funerario de los asfódelos; sus raíces entroncan con las profundidades de la tierra, el inframundo griego, allí donde la vida no existe, pero se mantiene en sus bulbos la esencia de un nuevo renacer primaveral, quizás también la vana esperanza de alcanzar el paraíso para los deslucidos espíritus que deambulan errantes en este limbo homérico.

Texto: Teresa Casquel
Fotos: Guillermo Fau
Bibliografía: Bestiari de Martí Dominguez. Edicions 3 i 4. Año 2000

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