Un rosario de islas e islotes tendidos de norte sur frente a las Rías Baixas de Galicia y un espacio marítimo delimitado de su entorno, constituye el Parque Natural de las Islas Atlánticas. Cuatro archipiélagos, Cíes, Ons, Sálvora y Cortegada, cumbres y crestas rocosas que emergen sobre los fondos marinos de una cordillera sumergida en el mar y alineada a modo de pantalla entre el litoral continental y el anchuroso océano. Su peculiar disposición de alargada y estrecha barrera determina dos contrapuestas vertientes en su exposición a los agentes atmosféricos y confiere características propias el medio natural, diversificando la riqueza de sus ecosistemas marítimos y terrestres, dotándolos de un elevado valor ecológico. A poniente una fachada granítica de cantiles y de acusadas pendientes, batida por el oleaje, los fuertes vientos y la violencia de los temporales; mientras que a sotavento, cara a tierra mirando al amplio valle sumergido de las rías, las fuertes corrientes apaciguadas depositan finas arenas que dibujan deliciosas playas abiertas en forma de media luna, al amparo de aguas sosegadas y cristalinas. Tierra, peñascos, cantiles y limpias playas en la alternancia de calas, arrecifes y rompientes en sus recortadas orillas, configuran el paisaje isleño modelado por el viento y el mar, el mar eterno y luminoso, su pureza e intenso azul, como esencia y contrapunto.
Tierra, roca y agua.- La variada y compleja morfología terrestre y marítima del ámbito del Parque, la vida inducida por la insularidad y la permanente influencia del mar, dotan de una inmensa riqueza natural a estos espacios protegidos y que, junto con el archipiélago de Cabrera en Mallorca, es uno de los dos Parques Nacionales Terrestre Marítimos. Las formaciones de resistente roca granítica que estructura los archipiélagos, el viento, la acusada pendiente de las laderas, suelos diferentes y la permanente salinidad, son los elementos básicos en los que se desarrolla una vegetación y fauna rigurosamente seleccionada, de especies vegetales y endemismos, tras la selectiva aclimatación a un medio adverso de condiciones excluyentes. Y, en cuanto al medio marino, oculto a la mirada bajo su movediza superficie, la colorista y vivaz naturaleza de las profundidades es el albergue de miles de especies y el lugar más desconocido para el hombre. Fondos rocosos o de arena, desiguales profundidades en una desnivelada orografía submarina y la influencia interrelacionada del mar abierto y las recogidas rías, proporciona la variedad de hábitats y factores de elevada biodiversidad básicos para el desarrollo y establecimiento de múltiples comunidades piscícolas y vegetales. Por su relevante valor ecológico, paisajístico y culturalmente arraigado con la economía, tradiciones y raíces gallegas, el ámbito marino es el de mayor extensión protegida del Parque.
La vida en los acantilados: La inaccesibilidad de los relieves marinos dota de protección natural a la avifauna, el mundo animal mejor adaptado al severo espacio de las verticales, en un relieve donde guarecerse y que los pone a salvo de los depredadores terrestres. Vivaces colonias de avifauna, miles de aves posadas o en vuelo, convierten la aspereza mineral de los acantilados en reductos llenos de vida. Reposo y refugio en el roquedo, donde, como es habitual, son dominantes las gaviotas en sus variadas especies, siempre presentes por su capacidad de convivir con el hombre. La llamativa gaviota es por excelencia el inquilino de los abruptos frentes marinos, las aves más numerosas y fáciles de ver, en reposo o evolucionando entre las rocas, el mar y el cielo, con sus gritos armonizados con el incesante rumor del oleaje, sonidos conciliados que forman parte en nuestro imaginario de las tierras que miran al mar. Los cormoranes, alcatraces y otras especies, conforma colonias de importancia internacional, junto a la fauna terrestre, comunidades cuya particularidad proviene de su aislamiento, sin intercambio con la fauna continental en un medio ambiente que ha permitido la conservación de características propias. El Parque cuenta con la consideración ZEPA (Zona de Especial Protección para las Aves).
La presencia humana en los archipiélagos.- Desde la Edad del Bronce hasta mediados del siglo XX las islas estuvieron habitadas. Por distintos motivos estos territorios fueron ambicionados y poseídos por nobles, la iglesia y el ejército. Desde la Prehistoria existen testimonios de la presencia estable del hombre en las islas: celtas, romanos, en la Edad Media…y, de manera ocasional y como estratégico refugio en las calas, al abrigo de los fuertes temporales atlánticos, se ocultaron piratas, corsarios e invasores, incursiones normandas y vikingas, en anclajes de conveniencia como base de operaciones para las expediciones de conquista y saqueo. Castros pre romanos y romanos, monasterios de la Edad Media, ermitas, fortificaciones…, los faros y su control por fareros y sus familias, pequeños poblados de agricultores y pescadores en régimen de supervivencia, son testimonios de la historia del hombre asociada a la penuria isleña a lo largo de siglos. En varias ocasiones sus habitantes tuvieron que abandonarlas buscando el amparo continental que no tenían en sus lares de origen. En la actualidad solamente la isla de Ons mantiene una escasa población permanente: no es fácil convivir con el largo invierno atlántico. En otros lugares, la presencia humana en las islas ya es solamente de carácter estacional y en función del turismo.
La dependencia al medio natural en la supervivencia, el aislamiento y un clima adverso ha determinado formas de vida culturalmente propias, en las que se integran creencias y supersticiones fomentadas por la soledad social de las pequeñas comunidades. En las aguas entorno de los archipiélagos de un mar difícil, naves hundidas, embarcaciones de todo tipo a lo largo de los siglos, encontraron el fin de sus singladuras en los peligrosos bajíos rocosos. Un cementerio de barcos en los frentes rocosos, acantilados y rompientes, escollos que han sido la tumba de muchos marinos. La última y trágica reseña del drama del mar fue el hundimiento del petrolero Prestige, el 18 de noviembre de 2002, el mismo año en el que se inauguraba el Parque. El fuel liberado en el naufragio, de alta densidad y viscosidad, extendió la desolación sobre la pureza del mar, la pesadumbre y la degradación de los paisajes marinos y la ruina de muchas personas que perdieron en el desastre su medio de vida. La limpieza fue la actuación prioritaria llevada a cabo en distintas actuaciones, básicamente realizada a mano y en parte sostenida por la desinteresada actuación del voluntariado. En la actualidad solamente quedan manchas de fuel solidificado, una mínima superficie en fondos marinos, ocultas a la mirada, mientras que el extenso espacio terrestre marítimo del Parque ha recuperado la belleza e integridad de sus paisajes y la animada vida de sus ecosistemas, valores ahora al cuidado de un competente equipo que lleva a cabo su cometido con profesionalismo y entrega vocacional.
Al paso del tiempo las islas han cambiado de dueño y de administraciones, hasta los momentos actuales en los que, desde el año 2000, en su conjunto ha pasado a ser Parque Nacional Marítimo Terrestre. Una consideración restauradora y conservacionista de normativa institucional proteccionista, de sensibilización y respetuosa relación del ciudadano con el medio natural y el legado cultural depositado en este valioso ecosistema Atlántico. El conjunto de los cuatro archipiélagos son ahora un espacio de acogida ciudadana, de enseñanza y de concienciación. Después de su larga historia humana, no siempre pacífica, la belleza de sus paisajes, la riqueza viva del medio y el patrimonio cultural humano, son ahora un regalo para el turismo y un deleite de los sentidos para el visitante.
La visita a las islas.- Vigo y Pontevedra son dos buenos puntos de partida para estas excursiones, no los únicos. En ambas poblaciones y su inmediato entorno, su notable acumulación patrimonial ofrece amplia oferta complementaria al encanto de las islas. Hay barcos de servicio público que llevan a embarcaderos en islas principales. En Ons hay un camping. Si el tiempo es bueno, las encantadoras playas, de blanca y fina arena nos trasportan en la imaginación a las idílicas orillas del Caribe. Y, el Excursionismo a pie en las islas -paso a paso como la mejor manera de conocer el medio natural y disfrutar de la observación de la vegetación y de las aves-, cuenta con la base de un entramado senderista bien resuelto, de caminos de uso libre, señalizados y documentados con mesas de lectura del paisaje. Recorridos fáciles y que es aconsejable estén precedidos por la visita a los centros de interpretación que ayudan a una mejor comprensión del mundo que se abre ante nuestros pasos. Otras actividades, más selectivas, son posibles, tales como la navegación a vela y el buceo.
Archipiélago de Cíes.- El relieve de las islas Cíes tipifica expresivamente la peculiaridad en la posición de las islas y su relieve característico a dos vertientes contrapuestas en su orientación. Por un lado la fachada a Poniente, a mar abierto, con acantilados hasta de 150 metros de altura. Y la opuesta, más suave mirando hacia la Ría de Vigo, con delicadas playas abrigadas en forma de media luna, de blanca, limpia arena y aguas sosegadas. Restos de un castro y las ruinas de un monasterio, tres faros y un antiguo poblado, son legados humanos de la difícil permanencia en el rigor climático del Atlántico. La isla principal cuenta con un camping y restaurante, y encantadoras y fáciles rutas senderistas señalizadas que llevan a los puntos de mayor valor paisajístico, de observación de las aves y hasta su punto más elevado, 175 metros sobre el nivel del mar en el Faro de Cíes.
Archipiélago de Ons.- Es el de mayor superficie del conjunto del Parque y único que cuenta con una población permanente, muy reducida y subordinada básicamente en su subsistencia al turismo, manteniendo, no obstante, las viejas tareas artesanales de campo y pesca, pero ya solamente de manera testimonial. Está frente a la Ría de Pontevedra, es de escasa altura y su relieve interior más suave, difiere de las Cíes, con terrazas que han permitido su uso agrícola, labrantíos de subsistencia, dedicados preferentemente a los cereales, maíz y patatas, productos complementario de las actividades pesqueras en las frugales economías domésticas de los isleños. Sus habitantes siempre fueron muy pocos, enfrentados a recursos muy limitados por la adversidad climática y el aislamiento. Se agrupan en aisladas casitas bajas de techo para mejor resistir la fuerza de los vendavales y, también, por esta razón, ubicadas a sotavento, cara hacia la Ría de Vigo. Casas muy sencillas de una sola planta, y entre las casas y los campos, exentos, los pintorescos hórreos, convertidos en la actualidad en auxiliares de las viviendas, una vez que su antigua función de preservar los alimentos de los roedores y de la humedad, se ha hecho innecesaria. Allí está el Centro de Interpretación del Archipiélago, junto a las casas y ante la playa y embarcadero. Antiguas embarcaciones de los lugareños, ahora varadas, fueron auxiliares imprescindibles ante un medio proveedor básico de la dieta isleña. Unas embarcaciones peculiares de fondo plano y cortante proa, la Dorna, según la denominación local, una herencia en su diseño de las naves normandas y vikingas, adaptadas por los naturales en sus artes de pesca y hoy un testimonio de la alternancia de la agricultura con los trabajos del mar.
Archipiélago de Sálvora.- Con formas predominantes de granito redondeadas por la erosión del viento y del agua, la irregularidad de su relieve se manifiesta en un conjunto de islotes que contrasta con el paisaje relativamente plano de la isla de Sálvora, la más grande, situada a la entrada de la Ría de Arousa. Al norte de la isla hay un pueblo abandonado.
Archipiélago de Cortegada.- El conjunto de islotes e islas es de relieve suave y, por su posición en el interior de la Ría de Arousa, frente la desembocadura del río Ulla y sin la influencia del mar abierto, difiere del resto de archipiélagos componentes del Parque, claramente posicionados ante el extenso océano. Esta situación menos expuesta a la violencia del mar y sus fuertes corrientes, en el encuentro de sosegadas aguas marinas y dulces del río, ha inducido otras manifestaciones de vida subacuática que, unido a la proximidad a tierra y más cómodo acceso, se han integrado en las explotaciones pesqueras de la ría.
Rafael Cebrián Gimeno.